martes, 20 de junio de 2017

Fotos Naturales



















Lapacho Negro

El Lapacho Negro (Handroanthusheptaphyllus), también llamadoTajy, es una especie botánica de la familia de las bignonáceas. Natural de las zonas tropicales y subtropicales de Sudamérica. Crece en el bosque alto de la cuenca de los ríos Paraná, Paraguay, y Uruguay. Tiene una distribución limitada. Habita casi exclusivamente los sitios bajos con suelos húmedos y profundo, en donde forma parte del estrato superior.
Descripción
Es un árbol de hasta 40 m de altura.
Las hojas de 10-15 cm de largo, compuestas y trifoliadas con foliolos elípticos.
Tronco largo, cilíndrico, de porte majestuoso. La corteza es castaño-grisácea, muy rugosa, con grietas profundas en ejemplares adultos. Copa grande, semiesférica, con ramas abiertas en abanico. Follaje semipersistente. Hojas opuestas, palmaticompuestas, con 5-7 folíolos de borde aserrado. Flores, aparecen antes de la foliación, rosadas, tubulosas, vistosas, variando la tonalidad desde rosado morado a rosado pálido.
El fruto es una cápsula lineal, de hasta 30-40cm de largo por 1-1,5 cm de ancho, de color castaño al madurar, abriéndose longitudinalmente en dos valvas y dejando caer unas 150 semillas aladas. La floración comienza en la primera quincena de septiembre;
aproximadamente 30 días después aparecen las primeras hojas, produciéndose la maduración de los frutos en enero-febrero.
Árbol muy decorativo, utilizándose con frecuencia en parques, plazas y en el arbolado público. Resiste grandes vientos por poseer un fuerte y profundo sistema radical.
Exigente en cuanto a luz y humedad, sensible a las heladas cuando es joven. Prefiere suelos livianos, profundos, húmedos.
Propiedades
De madera dura, pesada, con diferencias bien marcadas entre albura y duramen. El duramen al oxidarse toma una coloración oscura. Muy resistente a la intemperie. Se la usa en construcción de embarcaciones, muelles, carrocería, aberturas, tirantería, escaleras, piso, tornería, etc. Al aserrarse se obtiene un aserrín amarillo-ocre que contiene la sustancia lapachol. La madera posee taninos y sustancias tintóreas. Es una planta medicinal, se usan el aserrín o viruta, la corteza y las hojas para tal fin. Se reproduce fácilmente por semillas. El número de semillas/kg es de 32.000 a 35.000. La siembra debe hacerse lo más rápido posible, apenas estén maduras las semillas, ya que el poder germinativo es muy corto, de 12-15 días. Es posible la multiplicación vegetativa por medio de trozos de raíces. En esta especie, excepcionalmente nacen individuos con flores blancas, estos “lapachos blancos” se reproducen por injertos.

Bibliografía
https://es.wikipedia.org/wiki/Handroanthus_heptaphyllus 






LEYENDA DEL LAPACHO (TAJY)

Cuenta la leyenda que el Dios de los guaraníes cuando estaba dispuesta la separación de los hermanos Tupí y Guaraní un día antes de la partida de Guaraní, les dijo: "Los dos son y serán siempre conquistadores de tierras, el símbolo de sus conquistas será, que ustedes al asentarse en una comunidad marcaran con grandes árboles de distintos colores cuyo nombre será Tajy, "las tierras conquistadas". Y así Tupã Tenondete les entregó la semilla de estos fornidos árboles que había traído del "Yvaga", prometiendo que si cultivaban las semillas crecerían los árboles más grandes y ellos utilizarían la madera para todos utensilios que necesitaran: canoas, cubiertos, armas, flechas, casas. Desde que comenzó la conquista de los guaraníes se puede disfrutar por todos los caminos los lapachos de diversos colores: blancos, amarillos y rosados. Desde ese tiempo los guaraníes afirman que los lapachos siempre trae la fortaleza de Tupã a todo el pueblo, pues, al mirarlo y tocarlo, el árbol les transmite una fuerza incomparable, marcando claramente el territorio que pertenece a esta tribu. Por esto los guaraníes lo llaman "El árbol de Yvaga", el árbol de Tupã Tenondete.

domingo, 18 de junio de 2017

La flor del Irupé


Graciela Repún (recopiladora) Leyenda guaraní Ilustrado por Claudia Degliuomini Blanca y roja es la flor del irupé. Blanca como la pureza, roja como la sangre. Así eran Morotí y Pitá, los amantes guaraníes. Morotí era la joven más hermosa de que se tuviera memoria. Todos los jóvenes de la tribu suspiraban por ella. Pero su corazón pertenecía a Pitá, el guerrero. Daba gusto verlos pasear por la tarde a la orilla del río. Pitá era el más fuerte y valiente de los jóvenes guaraníes, pero se sometía a los deseos de Morotí. Ella lo amaba, pero era coqueta y caprichosa, y se sentía complacida sabiéndose dueña de la voluntad del guerrero. En uno de aquellos gozosos paseos por la ribera del Paraná que hacían junto a otros jóvenes, los vio Ñandé Yará, el Gran Espíritu de las Aguas. Ofendido por la coquetería de Morotí, decidió castigarla para que diese ejemplo a las otras jovencitas de la tribu, y le inspiró una idea de la que pronto se arrepentiría... Morotí se quitó la pulsera que adornaba su brazo y la arrojó a las oscuras aguas. Luego le pidió a Pitá que la recuperara. Pitá no dudó un instante. Texto © 2005 Graciela Repún. Imágenes © 2005 Claudia Degliuomini. Permitida la reproducción no comercial, para uso personal y/o fines educativos. Prohibida la reproducción para otros fines sin consentimiento escrito de los autores. Prohibida la venta. Publicado y distribuido en forma gratuita por Imaginaria y EducaRed: http://www.educared.org.ar/imaginaria/biblioteca - 2 - Graciela Repún (recopiladora) - La flor del irupé Como guerrero guaraní era un nadador excelente. Zambullirse en las tranquilas aguas y recobrar la joya le llevaría unos segundos. No le importaba cumplir con el capricho de Morotí, cuando era tan sencillo de realizar. Tomándolo como un juego, se lanzó a buscar el brazalete en el punto donde se había hundido. Morotí, orgullosa del dominio que tenía sobre su prometido, se lo hizo notar a sus amigos. Todos reían. Los guerreros, porque la prueba era sencilla, sin complicaciones, y Pitá regresaría en unos instantes con la joya. Las muchachas, porque admiraban la forma en que Pitá respondía sin pensar a los caprichos de su amada. Pero Pitá no regresaba, y poco a poco las risas se transformaron en preocupación y luego en terror. Morotí comenzó a sentir remordimientos por su acto de vanidad. Si Pitá no volvía a la superficie, era por culpa de su estúpida idea. Pasados unos minutos se hizo evidente que el guerrero no volvería, que había encontrado la muerte en los remolinos del gran río, buscando en vano el brazalete de su novia. Morotí no podía creer que la fuerza de Pitá se hubiera agotado luchando en la corriente. Debía estar retenido por la hechicera del río, I Cuñá Payé. Si era así, Pitá estaba preso en el fondo, en un palacio construido en oro y piedras preciosas, en una gran sala donde la bruja lo dominaba con su seducción. Tan clara era esta imagen en la mente de Morotí, que sin vacilar se arrojó al agua, dispuesta a rescatarlo. Si lo conseguía, borraría su culpa. Si caía ella también bajo el embrujo de I Cuñá Payé, al menos moriría junto a su amado... Sus acompañantes no reaccionaron a tiempo para impedírselo. Se quedaron mirando, horrorizados, el lugar donde los amantes se habían hundido. Algunos corrieron al poblado a dar aviso de la tragedia. El gran hechicero de la tribu practicó un exorcismo sobre las aguas para vencer las fuerzas misteriosas que operaban allí. Pero pasó la noche, y el amanecer los encontró en la orilla llorando la muerte de sus amigos. Ya comenzaban a retirarse con tristeza, cuando vieron algo maravilloso subir a la superficie: una flor que se abrió ante sus ojos con un suspiro. - 3 - Graciela Repún (recopiladora) - La flor del irupé Era una flor fragante, de hojas redondas que flotaban sobre el agua, tan grandes que las aves y algunos mamíferos podían pararse sobre ellas sin hundirse. Los pétalos del centro eran de un blanco deslumbrante, como la pureza de Morotí, y los envolvían amorosamente unos pétalos rojos, como el corazón del valiente Pitá. Irupé, aquella flor, nacida del arrepentimiento y del amor, había sido creada por el dios Tupá como encarnación del alma de los enamorados.

martes, 13 de junio de 2017

La Leyenda del ñandú

Hace muchos, muchísimos años, habitaban en las tierras mendocinas una gran tribu de indígenas muy buenos, hospitalarios y trabajadores. Ellos vivían en paz, pero un buen día se enteraron que del otro lado de loas cordilleras y desde el norte de la región se acercaban aborígenes feroces, guerreros muy malos.
Pronto, los invasores rodearon la tribu de los indios bueno, quienes decidieron pedir ayuda a un pueblo amigo que vivía en el este.
Peor para llevar la noticia  era necesario pasar a través del cerco de los invasores, y ninguno se animaba a hacerlo.
Por fin, un muchacho como de veinte años, fuerte y ágil, que se había casado con una joven de su tribu no hacia más de un mes, se presentó ante su jefe. Resuelto a todo, se ofreció a intentar la aventura, y después de recibir una cariñosa despedida de toda la tribu, muy de madrugada, partió con la compañía de su esposa.
Marchando con el incansable trotecito indígena, marido y mujer no encontraron sino hasta el segundo día la avanzadas enemigas. 
Sin separarse ni por un momento y confiando en sus ágiles piernas, corrían, saltaban, evitaban los lazos y boleadoras que los invasores les lanzaban.
Perseguidos cada vez más cerca por los feroces guerreros, siguieron corriendo siempre, aunque muy cansados hacia el naciente.
Y cuando parecía que ya habían a ser atrapados, comenzaron a sentirse más liviano; de pronto se transformaban. Las piernas se hacían más delgadas, los brazos se convertían en alas, el cuerpo se les cubría de plumas. Los rasgos humanos de los jóvenes desaparecieron, para dar lugar a las esbeltas formas de dos aves de gran tamaño: quedaron convertidos en los que, con el tiempo, se llamó ñandú.
A toda velocidad, dejando muy atrás a perseguidores, llegaron a la tribu de sus amigos. Éstos, alertados, tomaron sus armas y se pusieron en marcha rápidamente. Sorprendieron a los invasores por delante y por detrás, y los derrotaron, obligándolos a regresar a sus tierras.
Y así cuenta la leyenda que apareció el ñandú sobre la Tierra.   

LEYENDA DEL TIMBÓ

Por Susana C. Otero (adaptaciones)
Dicen que dicen …..que la hermosa Tacuareé era tan bella como un ramillete de orquídeas. Saguaá, su padre era el cacique de esa comunidad, Tacuareé y Saguaá eran muy queridos en el lugar. Padre e hija se amaban, pero Saguaá sentía devoción por la muchacha, él estaba orgulloso de ella y la protegía sobremanera, veía con buenos ojos a un guerrero que la cortejaba. Pero en una de sus incursiones al monte, en busca de frutos silvestres la jovencita había conocido a un cazador que venía en busca de sustento a esas tierras desde lejos. Tacuareé y el cazador se enamoraron apasionadamente y su padre al conocer la noticia trato de oponerse, bien sabía el padre que la mujer debía seguir a su hombre, eso aterrorizaba al cacique, eso era lo que él jamás hubiese querido. Saguaá a pesar de su pena, y de saber, que tal vez por muchas lunas no volvería a ver a su hija, se contentaba viéndola tan feliz e ilusionada, tanto que no pudo impedirle que partiese. Con el transcurrir de los días, extrañaba oír la voz y la contagiosa risa de su amada hija. Sin embargo, solía contentarse pensando que a pesar de la distancia que los separaba, Tacuareé debía estar feliz junto a su amor. Pasaron los días, las semanas, los meses y no tenía ninguna noticia de ella. Era mal presagio. Saguaá se sentía desesperadamente solo y preocupado. Una noche, Saguaá tuvo un sueño, una pesadilla, se despertó sobresaltado, angustiado, terriblemente abrumado, no perdió tiempo, Tacuareé estaba en peligro inminente, guiado por su terrible presentimiento y con la seguridad que su querida lo precisaba, partió llevando en su llica unas pocas provisiones, en busca de ella. El camino era largo, el anciano caminó y caminó, estaba extenuado, pero con la terquedad de un padre que cree que su hija lo necesita, no se dejaba vencer. Al fin, llegó a las tierras donde su hija vivía, pero nada pudo encontrar allí, la comunidad había sido arrasada por algún enemigo al que Saguaá no conocía. El cacique no se dio por vencido, si algo había aprendido en su larga vida era rastrear huellas, por ellas pudo saber que algunos integrantes de la comunidad habían sobrevivido, las huellas lo llevaban a adentrarse en el espeso monte. A pesar que las raciones ya se le habían agotado, pensó que el monte le daría de comer, si sus fuerzas se lo permitían, si bien ya no gozaba de la agilidad de antaño, se las ingeniaría como siempre lo había hecho. Las huellas se perdían en la espesura, Saguaá cada tanto apoyaba su oreja en tierra, él quería escuchar algo que lo llevase hasta su hija, más no fue capaz de escuchar ningún sonido humano, debilitadas sus fuerzas cada vez más, la continuó buscando por días y días, siempre con su oreja en tierra tratando de capturar algún indicio que lo llevara hasta ella. Pasaron muchas lunas, al ver que el cacique no regresaba, los integrantes de su comunidad salieron en su búsqueda. Después de mucho, fue encontrado sin vida y aún hincado con su oreja en tierra, pero algo misterioso había sucedido con su oreja, le habían crecido raíces y de ellas había brotado una misteriosa planta, desconocida hasta entonces. Con el tiempo esta planta se convirtió en un frondoso árbol al que llamaron Timbó o Camba Nambí, cuyos frutos tienen la forma de una oreja, tal vez sea ésta para que nadie olvide el amor que Saguaá le profeso a su querida hija.

domingo, 11 de junio de 2017

El Chajá

El anciano Aguará era el Cacique de una tribu guaraní. En su juventud, el valor y la fortaleza lo distinguieron entre todos; pero ahora, débil y enfermo, buscaba el consejo y el apoyo de su única hija, Taca, que con decisión acompañaba al padre en sus tareas de jefe. 

Taca manejaba el arco con toda maestría, y en las partidas de caza, a ella correspondían las mejores piezas, constituyendo el trofeo de su arrojo ante el peligro. Todos la admiraban por su destreza y la querían por su bondad. Muchas veces había salvado a la tribu en momentos de peligro, reemplazando al padre que, por la edad y por la salud resentida, estaba incapacitado para hacerlo. 
Aparte de todas estas condiciones, Taca era muy bella. De color moreno cobrizo su piel, tenía ojos negros y expresivos, y en su boca, de gesto decidido y enérgico, siempre brillaba una sonrisa. Dos largas trenzas negras le caían a los lados del rostro. Un tipoy cubría su cuerpo hasta los tobillos, y con una faja de colores que los guaraníes llamaban chumbé, lo ceñía a la cintura. 
Las madres de la tribu acudían a ella cuando sus hijos se hallaban en peligro, seguras de encontrar el remedio que los salvara. Era la protectora dispuesta siempre a sacrificarse en beneficio de la tribu. 
Los jóvenes admiraban su bondad y su belleza, y muchos solicitaron al Cacique el honor de casarse con tan hermosa doncella. Pero Taca rechazaba a todos. Su corazón no le pertenecía. 
Ará-Naró, un valiente guerrero que en esos momentos se hallaba cazando en las selvas del norte, era su novio y pensaban casarse cuando él regresara. Entonces el viejo Cacique tendría, en su nuevo hijo, quien lo reemplazase en las tareas de jefe. 
La vida de la tribu transcurría serena; pero un día, tres jóvenes: Petig, Carumbé y Pindó, que salieron en busca de miel de lechiguana, volvieron azorados trayendo una horrible noticia. Al llegar al bosque en busca de panales, cada uno de ellos había tomado una dirección distinta. Se hallaban entregados a la tarea, cuando oyeron gritos desgarradores. Era Petig, que, sin tiempo ni armas para defenderse, había sido atacado por un jaguar cebado con carne humana y nada pudieron hacer los compañeros para salvarlo, pues ya era tarde. El jaguar había dado muerte al indio y lo destrozaba con sus garras. Carumbé y Pindó no tuvieron más remedio que huir y ponerse a salvo. Así habían llegado, jadeantes y sudorosos, a dar cuenta de lo sucedido. 
Esta noticia causó estupor y miedo en la tribu, pues hasta entonces ningún animal salvaje se había acercado al bosque donde ellos acostumbraban ir a buscar frutos de banano, de algarrobo y de mburucuyá, que les servían de alimento. 
Desde ese día no hubo tranquilidad en la tribu. Se tomaron precauciones; pero el jaguar merodeaba continuamente y muchas fueron las víctimas del sanguinario animal. 
El Consejo de Ancianos se reunió para tomar una determinación que pusiera fin a semejante amenaza de peligro para todos. 
Y decidieron: era necesario dar muerte a quien tantas muertes había producido. 
Para conseguirlo, un grupo de valientes debía buscar y hacer frente a la terrible fiera, hasta terminar con ella. 
El Cacique aprobó la determinación de los Ancianos. Pidió a los jóvenes de la tribu que quisieran llevar a cabo esta empresa, se presentaran ante él. 
Grande fue la sorpresa del jefe cuando vio aparecer en su toldo a un solo muchacho: Pirá-U. 
De los demás, ninguno quiso exponer su vida. 
Pirá-U sentía gran admiración y un gran reconocimiento hacia el viejo Cacique. En cierta ocasión, hacía muchos años, Aguará había salvado la vida de su padre, de quien era gran amigo. Fue un verdadero acto de heroísmo el cumplido por el valiente Cacique, con peligro de su propia vida. 
Desde entonces, nada había que Pirá-U, agradecido, no hiciera por el viejo Aguará. Por eso, ésta era una espléndida oportunidad para demostrarlo. Él sería el encargado de librar a la tribu de tan terrible amenaza. Así fue que Pirá-Ú, sin ayuda de nadie, confiando en su valor y en la fuerza que le prestaba el agradecimiento, partió a cumplir tan temeraria empresa. Gran ansiedad reinó en la tribu al siguiente día. Todos esperaban al valiente muchacho, deseosos de verlo llegar con la piel del feroz enemigo. 
Pero las esperanzas se desvanecieron. Pasó ese día y otros más y Pirá-U no regresó. 
Había sido una nueva víctima del jaguar. Nuevamente se reunió el Consejo y nuevamente se pidió la ayuda de los jóvenes guerreros. Pero esta vez nadie respondió... nadie se presentó ante el Cacique. Era increíble que ellos que habían dado tantas veces pruebas de valor y de audacia, se mostraran tan cobardes en esta ocasión. 
Taca, indignada, reunió al pueblo, y en términos duros y con ademán enérgico, les dijo: 
Me avergüenzo de pertenecer a esta tribu de cobardes. Segura estoy de que si Ará-Naró estuviera entre nosotros, él se encargaría de dar muerte al sanguinario animal. Pero en vista de que ninguno de vosotros es capaz de hacerlo, yo iré al bosque y yo traeré su piel. Vergüenza os dará reconocer que una mujer tuvo más valor que vosotros, cobardes! 
Así diciendo entró en su toldo. El padre, que se hallaba postrado por la enfermedad, se oponía a que su hija llevara a cabo una empresa tan peligrosa. 
- Hija mía -le dijo- tu decisión me honra y me demuestra una vez más que eres digna de tus antepasados. Mi orgullo de padre es muy grande. Te quiero y te admiro; pero la tribu te necesita. Mi salud no me permite ser como antes y sin tu apoyo no podría gobernar. 
Padre, los dioses me ayudarán y yo volveré triunfante. Si permitimos que el sanguinario animal continúe con sus desmanes no podremos llegar al bosquecillo en busca de alimentos, y la vida aquí será imposible. 
Hija mía; otros deben dar muerte al jaguar. Tú eres necesaria en la tribu y no es muy seguro que te libres de morir entre las garras de la fiera. 
Padre... tus súbditos han demostrado ser unos cobardes. Creen que el yaguareté es un enviado de Añá para terminar con nosotros, y temen enfrentarlo. Yo debo salvar a la tribu. ¡Permite que vaya, padre mío! 
El anciano tuvo que acceder. Las razones que le daba su hija eran justas y claras ­ y no había otra manera de librarse de enemigo tan cruel. 
Y Taca empezó los preparativos para ponerse en viaje ese mismo día al atardecer. 
Cuando se disponía a partir, varios jóvenes trajeron la noticia de que los cazadores que partieran hacía una luna, se acercaban. Estaban a corta distancia de los toldos. 
Fue para Taca una noticia que la lleno de placer y de esperanza. Entre los cazadores venía Ará-Ñaro, su novio, y él podría acompañarla para dar muerte al jaguar. Impacientes esperaban la llegada de los bravos cazadores, los que se presentaron cargados de innumerables animales muertos, pieles y plumas, conseguidos después de tantos sacrificios y de tantos peligros. 
Fueron recibidos con gritos de alegría y de entusiasmo por toda la tribu que se había reunido cerca del toldo del Cacique. Junto a la entrada se encontraba éste con su hija Taca, rodeados por los ancianos del Consejo. 
El viejo Aguará saludó con todo cariño a los valientes muchachos, que se apresuraron a poner a sus pies las piezas más hermosas. 
- Ará-Naró, después de agasajar al Jefe, se dirigió a Taca, y como una prueba de su gran amor, le ofreció el presente que le tenía dedicado: una colección de las más vistosas y brillantes plumas de aves del paraíso, de tucán, de cisne, de garza y de flamenco. El gozo y la satisfacción se pintaron en el rostro de la doncella, que con una suave sonrisa agradeció el obsequio. 
Después... cada uno se retiró a su toldo. Aguará, Taca y Ará-Naró quedaron solos. El sol se había ocultado detrás de los árboles del bosquecillo cercano. Un reflejo rojo y oro teñía las nubes, y como venido de lejos se oyó el grito lastimero del urutaú. 
En ese momento, el viejo Cacique comunicó a Ará-Naró la decisión de su hija. 
-Hijo mío- le dijo - un jaguar cebado con sangre humana ha hecho muchas víctimas entre nuestro pueblo. El primero fue Petig, que tomado desprevenido, murió deshecho por la fiera. Después Saeyú y otros que, confiados, fueron al bosque en busca de alimentos. Se decidió dar muerte al sanguinario animal; pero Pirá-Ú, encargado de ello, no ha vuelto. Fue, sin duda, una víctima más... Y ahora nadie quiere hacer frente a tan terrible enemigo. Todos le temen creyéndolo un enviado de Añá, imposible de vencer. 
Taca, por su parte, ha decidido ser ella quien termine con el jaguar, y piensa partir ahora mismo. 
-Taca, eso no es posible- dijo resuelto Ara-Ñaro-. Esa no es empresa para ti. Y los guerreros de nuestra tribu: ¿qué hacen? ¿Cómo permiten que una doncella los aventaje en valor y los reem­place en sus obligaciones?. -Los jóvenes temen a Añá, y no quieren atacar a quien creen su enviado. -Taca, ¡no irás! Seré yo quien dé muerte al jaguar, y su piel será una ofrenda más de mi amor hacia ti. 
-No podrá ser, Ará-Ñaró. ¡He dado mi palabra y voy a cumplirla!... Dentro de un instante saldré en busca del jaguar, y cuando vuelva gritaré una vez más su cobardía a los súbditos del valiente Aguará. 
-No has de ir sola, Taca. Espera unos instantes y yo te acompañaré. 
Ya debo partir, Ará-Ñaro; “yahá!”…, “yahá!”…(¡vamos!, ¡vamos!). 
Pronto se reunió Ará-Ñaró a su prometida, y cuando la luna envió su luz sobre la tierra, ellos marchaban en pos del enemigo de la tribu. La esperanza de terminar con él los alentaba. Cuando llegaron al bosque, Ará-Ñaró aconsejó prudencìa a su compañera, pero ella, en el deseo de terminar de una vez por todas con el carnívoro, adelantándose, lo animaba: 
- “yahá!”…, “yahá!”… 
Cerca de un ñandubay se detuvieron. Habían oído un rozamiento en la hierba. Supusieron que el jaguar estaba cerca. Y no se equivocaban. Saliendo de un matorral vieron dos puntos luminosos que parecían despedir fuego. Eran los ojos de la fiera, que buscaba a quienes pretendían hacerle frente. Con paso felino se iba acercando, cuando Ara­Naró, haciendo a un lado a su novia y obligándola á guarecerse detrás de un añoso árbol, se dirigió, decidido, hacia la fiera. 
Fueron momentos trágicos los que se sucedieron. ¡El hombre y la fiera luchando por su vida! Ará-Naró era fuerte y valiente, pero el jaguar, con toda fiereza, lanzó un rugido salvaje. Taca, que desde su escondite seguía con ansiedad una lucha tan desigual, se estremeció. 
Un zarpazo desgarró el cuello del valiente indio y lo arrojó a tierra. Con él rodó la fiera enfurecida y poderosa. 
Taca dio un grito, y de un salto estuvo al lado del animal ensangrentado, que se trabó en pelea con su nueva atacante. 
Pero fue en vano. En esa prueba de valientes, ninguno salió triunfante. 
Taca, Ará-Ñaró y el jaguar pagaron con su vida el heroísmo que los llevó a la lucha. 
Pasaron los días. En la tribu se tuvo el convencimiento de la muerte de los jóvenes prometidos. 
-El viejo Cacique, cuya tristeza era cada vez mayor, fue consumiéndose día a día, hasta que Tupá, condolido de su desventura, le quitó la vida. 
Todos lloraron al anciano Aguará, que había sido bueno y valiente, y de quien la tribu recibiera tantos beneficios. 
 Prepararon una gran urna de barro, y después de colocar en ella el cuerpo del Cacique, pusieron sus prendas y, como era costumbre, provisiones de comida y bebida. 
En el momento de enterrarlo, en el lugar que le había servido de vivienda, una pareja de aves, hasta entonces desconocidas, hizo su aparición gritando: -- “yahá!”…, “yahá!”… 
Eran Taca y Ará-Naró, que convertidos en aves por Tupá, volvían a la tribu de sus hermanos. 
Ellos los habían librado del feroz enemigo, y desde ahora serían sus eternos guardianes, encargados de vigilar y dar aviso cuando vieran acercarse algún peligro. 

Por eso, el chajá, como le decimos ahora, sigue cumpliendo el designio que le impusiera Tupá, y cuando advierte algo extraño, levanta el vuelo y da el grito de alerta: ; "Yahá!..., " "Yahá!"...




Chauna torquata -El Chajá-

por Gabriel Battaglia  

jueves, 1 de junio de 2017

La leyenda del Teyú Cuaré

El escritor argentino Germán de Laferrere mutó su apellido al seudónimo Drás. Así, como Germán Drás, habitó en San Ignacio, en la década del 30, junto a Horacio Quiroga, y aún permaneció en Misiones tras la muerte de éste, en 1937.
Hacia 1938, editorial Tor publicó su libro Alto Paraná. Contiene varios relatos y cuentos inspirados en estas latitudes, aunque a diferencia de Quiroga, la selva misionera no removió en Drás esas patéticas regiones de pesadilla y muerte como en aquél. Contrariamente, Drás luce en sus cuentos un estilo descriptivo, irónico y no exento de cierta humorística filosófica que los vuelve tan amenos.
Más cerca del aventurerismo que de la literatura, Drás recorrió el mundo. En Posadas fue columnista de El Territorio que publicó varios de sus cuentos. En Buenos Aires lo fue de La Razón y El Hogar, entre otras. 
Para la revista Leoplan envió colaboraciones desde el Canadá donde se pierden sus pasos.

“Conocido es en el Alto Paraná el Cerro de la Reina Victoria, cortado a pico sobre el río y en cuyas aristas se puede ver desde un barco y con ojos de turista el perfil de la reina Victoria de Inglaterra. 
Al lado de este cerro, a unos doscientos metros, hay otro cerro de igual altura y parecida conformación, y entre los dos cerros hay naturalmente una quebrada. Internándose un poco por dicha quebrada al llegar a la altura de unos cincuenta metros, se halla una gruta que presenta todo el aspecto de un refugio de animal antediluviano. Y enfrente, en la costa paraguaya, desemboca un arroyito cuyo curso desciende en zig zags regulares. La región se llama Teyú Cuaré.
Un día, andando en busca de orquídeas, me interné por la boscosa quebrada, y llegué a la musgosa gruta,  y escudriñando sus rincones encontré un objeto que a primera vista me pareció una uña gigantesca que habría pertenecido a algún animal prehistórico. 
Pero después de examinarla descubrí que se trataba de un casco de caballo que quizá fuera el resto del banquete de una onza. 
No obstante la poca importancia del hallazgo, guardé el casco y más tarde se lo mostré a mi vecino don Luis Bade, hombre de probada erudición y curioso por todas las cosas raras. Lo observó pensativamente, me miró con gesto seguro y dijo en tono misterioso: 
- Esto… es una escama del dragón teyú, que en otros tiempos habitó una cueva cuá y que ya no es más ré: teyú-cuá-ré. 
Este dragón vivía tranquilamente en su gruta y desde allí atisbaba de continuo el jirón de río que limitaban los altos paredones de los dos cerros. De vez en cuando un guaraní en su piragua se aventuraba a navegar por la región, y entonces al enfrentar el indio los dos cerros, el horrible teyú descendía por la quebrada con la violencia de un huracán, y se lo comía con piragua y todo. Siempre había indios que comer, porque ninguno regresó para contar lo sucedido. Y esto duró largos años. 
Se sabe que en una ocasión, el animal vio aparecer a su presa y como de costumbre se lanzó sobre ella, pero le costó engullirla, era no ya una piragua sino una gran canoa con cinco hombres blancos muy gordos y vestidos de negro. Esta vez el teyú se dio el atracón de jesuitas de la reducción de San Ignacio.
Pasaron los años. Hasta que una noche, se oyó un extraño rumor que espantó a los yacarés y enmudeció a las aves nocturnas. El ruido aumentó rápidamente y llegó a oírse un fragoroso rechinar de hierros y tremendos resoplidos acompasados. La jungla quedó en suspenso. El dragón enfurecido esperó en su gruta a que el enemigo enfrentara la quebrada. Llegó el momento, descendió hacia el río en carrera aciclonada y fue a estrellarse contra el primer barco a vapor que rugiendo y echando chispas remontaba el Alto Paraná. Entonces dolorido y avergonzado por la derrota cruzó el río para internarse y esconderse en los bosques del Paraguay, y con la cola trazó el cauce en zig zags de ese arroyo que desemboca frente a los dos cerros del Teyú Cuaré” (de Alto Paraná, 1938)

fotografía:http://www.recorramisiones.com.ar/wp-content/uploads/2011/07/4317610146_47a5f4ed28.jpg

Clave Dicotomica